En un mundo donde estamos constantemente bombardeados por alertas, notificaciones y la presión de estar “siempre conectados”, la experiencia de sentir que nos estamos perdiendo algo se ha vuelto casi inevitable. El fenómeno del FOMO (Fear of Missing Out), el miedo a estar fuera de las conversaciones, de los eventos o de la diversión, se ha infiltrado en nuestras rutinas, muchas veces de forma invisible, pero innegablemente presente.
Sin embargo, un nuevo concepto comienza a ganar fuerza, cambiando la narrativa de la privación a la libertad: el JOMO (Joy of Missing Out). O simplemente, la alegría de estar ausente. La propuesta de este cambio no es simplemente rechazar lo digital o evitar las interacciones sociales, sino una elección consciente de estar presente en lo que realmente importa. Más que una desintoxicación temporal, se trata de una transformación profunda en la manera en que lidiamos con el tiempo, la tecnología y, sobre todo, con nosotros mismos.
Este concepto cobra aún más relevancia en la era digital. Carl Honoré, periodista canadiense y referente del movimiento Slow, autor de “Elogio a la lentitud: Cómo un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad”, nos invita a reflexionar sobre cómo la hiperconexión digital ha redefinido nuestra identidad y nuestro sentido de pertenencia, pero va más allá: aborda otras facetas de este movimiento, ya sea en el sexo, las tendencias urbanísticas o en la elección y preparación de los ingredientes. Para él, la velocidad constante nos aleja de nuestra propia esencia. “Vivimos en un mundo obsesionado con la velocidad, donde la prisa se ha convertido en un símbolo de eficiencia. Pero ¿realmente estamos viviendo o solo nos movemos demasiado rápido para darnos cuenta de lo que importa?”, cuestiona Honoré.
El miedo a perderse algo nos obliga a estar constantemente en movimiento, consumiendo, participando y validando nuestra existencia mediante la presencia digital y la búsqueda incesante de novedades. En este contexto, desconectarse se vuelve, para muchos, casi impensable. Sin embargo, Honoré nos muestra una posibilidad liberadora: elegir estar ausente de forma intencional, consciente y, más importante, placentera.
“Necesitamos el ocio para recargar las baterías, pero también necesitamos el silencio para conocernos, para escuchar lo que sucede dentro de nuestro cuerpo y mente, para establecer conexiones con los demás. Necesitamos el ocio para ser humanos”, Carl Honoré
Durante décadas, la cultura de “no perder nada” ha sido alimentada por la urgencia de la sociedad de consumo, donde la constante búsqueda de novedades se traduce en estatus y validación. Sin embargo, en la cima de las redes sociales, esta obsesión por estar en todos los lugares al mismo tiempo se intensificó, generando una sensación de escasez — como si, al no estar presentes, nuestra vida perdiera valor.
Pero al aceptar esa “pérdida” como una elección, podemos liberarnos de las ataduras de una existencia superficial y llena de distracciones. Honoré argumenta que “el secreto no está en rechazar la tecnología, sino en usarla de forma intencional. En lugar de ser rehenes de la conectividad constante, podemos usarla a nuestro favor”.
La tecnología como aliada, no como enemiga
Lejos de querer convencer a nadie de alejarse de las redes sociales con toda la fuerza, sabiendo que sería imposible, es posible usar las herramientas digitales de forma intencional, sin que nos devoren. Las redes sociales, por ejemplo, pueden convertirse en un espacio de intercambio genuino y empático, si es posible establecer límites saludables. “La clave para la felicidad digital no es la abstinencia, sino la moderación”, afirma.
Una de las mayores dificultades para quienes intentan abrazar el JOMO es el temor de que desconectarse signifique estar fuera de las “conversaciones esenciales” o perder oportunidades valiosas. Honoré desafía esta noción, proponiendo que la verdadera oportunidad está en cultivar una presencia más enfocada y significativa, en lugar de estar en todos lados al mismo tiempo, sin estar realmente en ninguno de ellos.
La ansiedad generada por el miedo a quedarse fuera es una de las grandes marcas de la generación actual, minando nuestra capacidad de enfocarnos en lo que realmente nos hace bien. Vivimos en un ciclo de comparación constante, donde el “éxito” ajeno alimenta la inseguridad sobre nuestras propias decisiones. Sin embargo, al adoptar una mirada más introspectiva, podemos redefinir esta noción, no ya en relación con los demás, sino desde una perspectiva interna.
Honoré enfatiza que la verdadera realización no está en acumular experiencias o demostrar nuestro valor a los demás, sino en encontrar un ritmo que respete nuestra individualidad. Este movimiento también nos permite valorar momentos simples y profundos, frecuentemente eclipsados por la necesidad de validación digital. En un escenario dominado por personalidades virtuales y una producción masiva de contenido, rescatar la autenticidad se vuelve un acto de resistencia.
La verdadera libertad no está en vivir de acuerdo con las expectativas ajenas, sino en ser capaces de cultivar una presencia más significativa — aunque eso signifique ausentarse de ciertos espacios, incluidos los digitales. La transición hacia esta nueva mentalidad no es fácil, pues exige valentía para redefinir qué significa “pertenecer”. Pero al hacer esta elección, podemos reencontrar un equilibrio perdido y, paradójicamente, conectarnos de manera más profunda y verdadera con el mundo que nos rodea.
Al final, desacelerar es una invitación a mirar hacia dentro, reconocer que no necesitamos estar en todos lados todo el tiempo y que, al dejar de perseguirlo todo, podemos finalmente encontrar aquello que realmente importa.